En la zoología
literaria, el zorro (atoq, en la oralidad originaria) se desplaza
impulsado generalmente por esa especie de didáctica intuitiva y natural
denominada astucia. Siempre que utiliza y pone en práctica
correctamente la astucia, nuestro atoq de las fábulas y
cuentos andinos gana la contienda, se perfila como la imagen positiva de la
colectividad. Contrariamente, cada vez que el vulpino no utiliza o utiliza mal
esta milenaria y maravillosa virtud humana de la astucia, se configura en el
“malo de la película”, lleva la parte negativa del argumento
y es el ícono de la maldad.
Pero ¿a qué se debe
la percepción trágica de este personaje? ¿Es, acaso, mala la astucia?
¿Corresponden sus actos conductuales a la ideología de algún grupo social?
Ensayemos una
aproximación al asunto.
Didáctica de la astucia.
En los personajes
zorros es una cualidad innata la astucia, y ésta se constituye en uno de los
medios definitivos al que recurren para alcanzar sus objetivos. Si no hacen uso
de ella o lo hacen mal, irremediablemente fracasan en sus planes y propósitos.
El carácter
condicional de la astucia vulpina en la oralidad literaria andina no es si no
el reflejo alegórico de lo que ocurre en los grupos marginados de la sociedad:
si a pesar de sus experiencias y habilidades, o cuando no hacen funcionar
oportunamente sus formas de defensa social, entre ellas su astucia
ancestral, y si se dejan convencer, verbigracia, por la demagogia de los
politicastros de turno, ellos – los excluidos- estarán obligados a
seguir soportando esa situación de carestía y empobrecimiento permanentes.
De un total de 109
fábulas de la didascálica esópica, 31 de ellas están referidas a temas con
personajes representados por zorras y, dentro de éstas, resultan
ganadoras de contiendas en 15 argumentos; y son derrotadas o quedan
desprestigiadas en 16 controversias.
En la fábula La
liebre y la zorra, la raposa esgrime su astucia, como una didáctica de
los medios para un fin primordial: la alimentación. “La liebre preguntó…a la
zorra, por qué razón te llaman astuta?”. Entonces, la zorra mueve los hilos
de su astucia, y la invita a cenar juntas. La liebre pica el anzuelo y cae en
las telarañas del ardid, “… mas en casa de la embustera no había otra
comida que la misma liebre” (1). Luego de consumatum est, la
zorra expresa el tiqse o fundamento de la necesidad
de su astucia: “Si no fuera por mi astucia, amiga mía, el hambre
me aniquilaría”.
En El asno
y el lobo, el lobo (pariente occidental del zorro andino) recibe una
feroz patada del asno, como resultado de su equivocación. Por eso, el lobo
termina diciendo: “ Bien merecido lo tengo, porque siendo mi oficio de
carnicero, cómo me metí de curandero?”.
Igualmente, en El
hombre y la culebra, la raposa juzga y falla un conflicto con lucidez y
perspicacia, recurriendo no a los fundamentos legales ni a las jurisprudencias,
sino observando la reconstrucción de los hechos con las agudezas de su natural
astucia: si el incidente surgió porque el hombre se involucró en el problema de
la culebra salvándola de morir atrapada y aplastada por una piedra pesada, la
solución del litigio consiste en dejar a la culebra tal como estaba antes de la
intervención del hombre, porque en el modus vivendi de la sociedad occidental
cada quien debe resolver sus problemas individuales, nadie está permitido a
inmiscuirse en problemas ajenos.
Esta fábula, cuya
moraleja expresa una enseñanza de carácter egoísta, propia de sociedades
individualistas y de una época de esclavismos, ha sido andinizada en la
oralidad literaria a nivel panandino y de acuerdo a la idiosincrasia
y a la particularidad expresiva de cada pueblo.
El argumento de
la historia ficticia es el mismo; el runa y la machacuay, o sea, el
hombre y la culebra, abren el conflicto alegórico, pero el que cierra sagaz y brillantemente
el asunto, opacando la participación de ellos y convirtiéndose en el personaje
central, es el atoq o zorro, quien falla la litis en
concordancia con el modo colectivo de vida: si el runa intervino en el problema
de la machacuay salvándole de morir, y ésta , en vez de
agradecerle a aquél, se lo quiere comer, lo justo es castigar a
la machacuay por ingrata, dejándola con su problema hasta que
aprenda a ser agradecida con los demás; porque en el mundo andino el problema
de un individuo es problema de todos y, el que recibe ayuda para
solucionar su problema, debe ser grato con el que le ayuda. Por esta
impresionante y admirable enseñanza, la fábula ahora se llama El
gran fallo de don Atoq.
La
cultura oral es un concepto que hay que comprenderlo como el acervo de creaciones y recreaciones realizadas
por los pueblos, en las que manifiestan sus vivencias, pensamientos, opiniones
e inquietudes, haciendo uso de las posibilidades expresivas de la palabra
hablada.
Y comprenderlo significa entenderlo y sentirlo, o
sea, aprehenderlo con la razón y con el sentimiento, con esa lógica doble o bilógica1 de la cabeza y del corazón. Significa
intuirlo y verlo desarrollándose como una actitud permanente de producción de
elementos y bienes culturales propios, como un espíritu presente, vívido y
vivificante.
Tiene
carácter folclórico y abarca las expresiones de los pobladores y familias que
generalmente no recurren a la escritura para manifestar sus pensamientos y
sentimientos; aun cuando en estrictu sensu, no hay en la actualidad pueblos totalmente
sin un sistema de grafías y signos para realizar sus urgencias de diálogo y
comunicación social.
La
cultura oral está conformada por valores ancestrales y, a la vez, matinales que
testimonian la realidad de una dinámica social trágica, pero encaminada hacia
nuevas posibilidades. Cuyos protagonistas mayoritariamente han sido abandonados
a pervivir en la injusticia y la marginación durante siglos y siglos, pero
manteniéndose infinitamente tercos en la edificación de un destino mejor.
El
espacio oral peruano se caracteriza, además, por la suma de expresiones de
muchos grupos étnicos y poblacionales diferentes y, asimismo, idénticos entre
ellos. Llevan el sello de lo telúrico y ancestral, lo auténtico y tradicional:
conformando una variada y bella realidad pluricultural.
Gracias a
la dinámica de los mismos pueblos, la cultura oral peruana no es un signo
aislado ni un concepto disminuido. Antes bien, sus raíces se nutren inclusive
de conocimientos y experiencias de allende los mares; y sus horizontes se
dimensionan con el concurso y la participación de culturas similares en
aspiraciones y propósitos2.
Lo
admirable de nuestras manifestaciones orales es que se mantienen y perviven en
permanente desarrollo y vigencia; todavía, felizmente, con su esencia láykiqa ( de laykaq = visionario) o mágica, representada por la
astucia ancestral del zorro,
y con su actitud milenaria e inevitablemente libre
por naturaleza, simbolizada por el viento,
que es el único elemento natural aún no domesticado por la técnica brutal de la
cultura gráfica y escritural de los detentadores del poder económico.
Zorro y viento son, pues, los dos elementos
alegóricos esenciales que configuran el rostro actual de la cultura oral
peruana.
Así, esta
cultura de las mayorías populares no es una postura regional ni provinciana;
más bien, es una cualidad y una actitud auténtica y fiel a su origen, proceso y
formación. Es oposición y enfrentamiento a la agresión foránea, a la adopción
de patrones y modelos supuestamente superiores a los nuestros. Sin embargo, es
obvio que ella no rechaza a la cultura que viene de afuera; antes bien, trata
de asimilarla, pero sin
dejarse asimilar ni aculturar.
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1. De mi libro inédito La otra orilla, aproximaciones a la oralidad
literaria ampliamos este
concepto incluyendo el rubro Bilógica del hombre andino:
Cuando se juzga o valora una manifestación de la cultura
popular, generalmente se emplea los elementos valorativos aprendidos en las
escuelas y centros de estudios.
Las
escuelas, generalmente con esquemas europeizantes, son escenarios donde enseñan
a usar una lógica y un razonamiento conducentes a sobrevalorar la cultura de
afuera y a subvalorar lo nuestro.
De manera
que, nos convierten en usuarios de una forma de ver las cosas: con una razón y
una lógica propias de un determinado sistema social.
Pero,
también llevamos en nuestra esencia, todo un maravilloso bagaje ancestral, que
permite vernos y valorarnos a nosotros mismos, a nuestra realidad
y a las cosas que nos rodean; esta es una forma más profunda y humana de ver la
realidad; para lo cual, se
hace uso no sólo de la razón, de la facultad de pensar, sino también de la
hermosa facultad del sentimiento.
Y, a
través del razonamiento y el sentimiento, no únicamente conocemos nuestro mundo, sino además lo
sentimos, lo amamos. Y llegamos a comprenderlo.
La
comprensión de nuestra realidad requiere, entonces, el uso indesligable (y no
por separado) de la razón y del sentimiento. Y esto significa el empleo de una lógica especial, de doble vía: del sentir
y del pensar. Diríamos de una bilógica.
El hombre
andino, en su diaria relación con el mundo, de hecho emplea esta lógica bilógica –que es una lógica muy propia-, para
interpretarlo, cuestionarlo y transformarlo comprensivamente de acuerdo a sus necesidades y
aspiraciones.
Desde
este punto de vista – de la bilógica
andina – ¿estarán aptos el
turista y el científico social para comprender nuestras manifestaciones culturales?
Seguramente hasta donde les permitan la lógica objetiva, el razonamiento
científico y su punto de vista occidental.
Precisamente,
por eso, son frecuentes en
las apreciaciones turísticas conceptos como superstición, panteísmo, incultura, aculturado, atavismo, superchería, rusticidad, mesianismo, fundamentalismo y otros clisés, que indican la ausencia de la apreciación
comprensiva en la valoración de nuestras expresiones populares.
El empleo
de la “unilógica racional” (razonamiento exclusivo) conduce, pues, a
calificar nuestra cultura
autóctona como producto de pueblos todavía atrasados, bárbaros y cerriles en
equivocada comparación con la cultura occidental y occidentalizada de los
pueblos “civilizados”.
Y esta
errada comparativa medra la autoestima de los productores y consumidores
culturales del mundo andino, y resulta lesiva a su promoción y desarrollo.
Indudablemente
que ya es tiempo de mirarnos y apreciarnos de manera diferente, con la bilógica
vivencial (sentimiento
y razonamiento), y comprender y valorar nuestra cultura raigal,
considerándola tan igual y
algo mejor que la de otras poblaciones.
2. Con
relación a la similitud de las culturas aun distantes, es oportuno citar lo que
dice Ismael Moya en su Didáctica
del Folklore, pág 113, Editorial El Ateneo, Argentina, 1948 : “Sabido está que tanto los cuentos como
las fábulas, en subida proporción, guardan parentescos de fondo y forma, con
ejemplares que superviven al través de siglos y de distancias. Quizá por el
milagro de la poligenesis, o por la acción de los contactos culturales,
muchísimos temas vigentes en las zonas geográficas más distantes conservan una
semejanza notable.”
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